La ansiedad versus el ahorro: por qué tendemos a gastar todo
Varios estudios académicos se preguntaron por las razones que llevan a consumir antes que a resguardar dinero; sin embargo, hay situaciones en las que se privilegia el tiempo futuro
Se vienen las vacaciones y la familia se reúne para tomar una decisión trascendental. La plata alcanza para veranear unos 10 días en enero. La alternativa es esperar a febrero, que tiene precios más accesibles, y disfrutar de 15 días. La familia quiere salir ya de vacaciones, pero cinco días son cinco días. ¿Conviene esperar o irse ya?
Durante casi 200 años, los economistas se preocuparon por entender estas cuestiones que esconden la preferencia temporal de la gente. ¿Cuánto nos cuesta dejar de consumir hoy para hacerlo en el futuro? ¿Existe algún pago monetario que compense la espera? ¿Cuánto es ese valor?
Todos sentimos que guardar para el futuro involucra algún esfuerzo. «No sé lo que quiero, pero lo quiero ya» cantaba Luca Prodan, el líder de Sumo. Si es cierto que «el ahorro es la base de la fortuna», según el refrán que populariza la idea de Adam Smith y la Riqueza de las naciones, entonces ese esfuerzo será recompensado con crecimiento futuro.
¿Por qué ahorrar cuesta tanto? En un comienzo, los teóricos intentaron explicar el fenómeno con herramientas económicas, pero también psicológicas y sociológicas. Tenemos una compulsión «natural» al consumo inmediato, que se activa cuando nos cruzamos con esa remera que tiene bordada la frase justa o que tiene pegada la foto del personaje que nos identifica. Además, la vida humana es finita y preferimos consumir «antes de que se acabe el mundo». Por otro lado, el ahorro te puede salvar en caso de un accidente inesperado o una enfermedad grave que requieran fondos extras. Y no olvidemos la herencia: si Richard Dawkins tiene razón y los humanos somos sólo máquinas para hacer perdurar a nuestros genes, legar a nuestros familiares puede ameritar el esfuerzo.
Estas son razones teóricas, pero en la práctica el costo del ahorro (o el beneficio del consumo inmediato) es evidente: si ahorro me pagan plata, si pido prestado debo pagar yo. Lo que se preguntaron los economistas es si esta tasa de interés «de mercado» se asemeja a la tasa de descuento detrás de nuestra preferencia temporal. En Estados Unidos un plazo fijo rinde no más de 3% anual y ese es el valor que el mercado paga por ahorrar. ¿Pero es este valor igual a la preferencia temporal? Los modelos tradicionales asumen tasas de descuento que no difieren mucho de la tasa de mercado, y por una muy buena razón: si la gente tuviera un descuento muy alto, no ahorraría nada, y con un descuento demasiado bajo, casi nadie consumiría. Los números deberían parecerse, pero veamos qué dicen las investigaciones.
Desde fines de los 70 se llevaron a cabo no menos de 50 estudios para estimar el descuento temporal. Y hubo una enorme variabilidad de resultados. Las tasas de descuento van desde valores negativos hasta infinito y mucho depende del consumo de qué cosa estemos hablando.
Un valor negativo significa que a veces preferimos el futuro al presente, como cuando nos preguntan si preferimos un beso de nuestra estrella favorita esta noche o en unos días. La gente elige esperar y prepararse. También disfrutamos de lo que viene: muchos consideran que el viernes es mejor que el domingo, porque da placer anticipar el fin de semana. Los valores infinitos, en cambio, indican que el consumo es ahora o nunca, y que no hay pago que me compense esperar ni un minuto para gastar. Las adicciones son casos de descuento infinito.
Pese a que las estrategias y técnicas de medición mejoran con el tiempo, los resultados no se aproximan a una tasa de descuento única. El único patrón que emerge es que en varios estudios la preferencia temporal es bastante mayor que la tasa de mercado. Uno de ellos compara la decisión de comprar un electrodoméstico caro que ahorra energía frente a uno más barato, pero que gasta más por mes. La relación entre los precios y el gasto mensual del aparato permite estimar el descuento temporal. Los descuentos calculados van desde 20% anual para acondicionadores de aire hasta 300% en heladeras. Definitivamente, muy lejos de lo que el mercado paga (neto de inflación) por un plazo fijo o incluso por las Lebac.
Un experimento natural permitió un cálculo más realista. Unos 60.000 militares estadounidenses fueron retirados y se les ofreció US$ 22.000 hoy, o bien una renta mensual de US$ 3700 por 18 años. Más del 90% eligió la primera opción, pese a que la segunda implicaba una ganancia segura de 17,5% anual, mucho más que el rendimiento de cualquier inversión.
El disgusto por el ahorro se lo debemos en parte a la evolución. Los experimentos con otras especies indican que, cuanto más alejados del sapiens, mayor es el descuento. Un chimpancé es más ansioso que un humano, y una paloma, muchísimo más.
La madurez también afecta las actitudes frente al ahorro: los niños son especialmente intolerantes con los padres cuando tienen que esperar, aun si la recompensa es grande. Un experimento de la Universidad de Stanford, en 1960, ponía a niños de 4 a 6 años en la difícil situación de comer una exquisita golosina ahora o mirarla durante 15 minutos y luego comerse dos. Sólo un tercio aguantó y llegó al final de la cruel espera. Y esa ansiedad implica que la mayoría de estos chicos exigiría, para demorar el consumo de un chocolatín por un año, unos 35.000 chocolatines adicionales.
Pese a que la edad nos vuelve más precavidos, la naturaleza dejó su rastro en nuestro cerebro y las tentaciones nos siguen jugando malas pasadas. No seremos Homero Simpson, que cambió un barril de cerveza por la renuncia al plan dental para su familia, pero tenemos lo nuestro: siempre gastamos más de lo pensado cuando vamos al shopping o al supermercado. Por suerte, el sistema previsional tomó nota de nuestra falta de control y nos obliga a aportar para nuestra jubilación.
¿Hay algo peor que compartir equipo de fútbol con un tronco? Sí, que el tronco crea que juega bien y pida la pelota. Nuestro problema no es sólo que ahorramos poco, sino que además creemos que en el futuro seremos diferentes, más precavidos. Esta es una falla particularmente importante, porque implica que nuestros planes de ser austeros en el futuro no se cumplen muy a menudo. Tenemos una tendencia natural a creer que el día de mañana seremos más racionales que hoy, y por lo tanto nuestra planificación del futuro será, casi con seguridad, fallida.
Afortunadamente, nuestro cerebro nos permitió elaborar técnicas originales para evitar tentaciones. Candados en la heladera, obligar al mozo a llevarse la panera y dejar la tarjeta de crédito en casa son estrategias para limitar la codicia gastadora. En temas más serios, esta ansiedad puede ser muy contraproducente. El cambio climático, por ejemplo, se debe casi con seguridad a un desproporcionado aprecio por lo inmediato, olvidando los derechos de las generaciones futuras.
El autor es docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA) La Nación